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Kiko Llaneras (Alicante, 1981) es doctor en ingeniería pero trabaja en un periódico, El País. Su labor está íntegramente relacionada con datos, por lo que conoce perfectamente las posibilidades del open data.

¿Qué avances consideras que ha traído el open data a nuestra sociedad?
Ha mejorado la información de la gente. Es una obviedad, pero es cierto y es relevante. Por un lado, hay toda una comunidad de investigadores, aficionados, empresas e instituciones que comparte sus datos y explotan los de otros. Es un movimiento que crece quizás más despacio de lo que hubiese dicho —compartir datos es costoso—, pero creo que imparable.

Por otro lado están las administraciones. Cada vez tienen más información pública y la ofrecen a los ciudadanos. Eso es muy valioso en sí mismo. Además, esa transparencia genera incentivos correctos: uno tiene más razones para hacer las cosas bien cuando hay gente mirando. 

Además, como decía, creo que esto es solo el principio. La información que ofrecen las administraciones se va a multiplicar. Veremos más usos virtuosos: datos sobre contaminación, sobre salud, sobre gastos, evaluaciones de políticas publicas, etc.

¿Cuál ha sido el mayor reto que has tenido que afrontar como periodista especializado en datos?
Seguramente, cubrir la pandemia. Es un trabajo gratificante, porque muchos lectores lo aprecian. Querían conocer los datos, recibir la información ordenada, las claves, las hipótesis y la ciencia que íbamos conociendo, pero coger todo eso y sacar sus propias conclusiones. Es un trabajo exigente, pero agradecido.

¿Qué tal estamos en el ámbito del periodismo de datos en comparación con otros países del mundo?
Creo que estamos bien. El periodismo de datos es caro, porque exige tiempo y una experiencia múltiple: cómo escribir, cómo visualizar y por supuesto, cómo manejar números. Por eso es una ventaja vivir en un país relativamente grande, con un público potencial que no sea diminuto. Por supuesto, por ese mismo motivo, los medios anglosajones juegan en otra liga donde es difícil competir. Por sus recursos y por su talento.

¿Tenemos suficientes especialistas en la materia?
Para el periodismo sí. Lo que faltan más que especialistas son recursos. La prensa es un sector que no pasa sus días más boyantes, y transformarse —incorporar cosas nuevas que no tienes y que otros sectores pueden pagar mejor— es complicado.

Los perfiles de ciencia de datos sí me parecen escasos en general. Dos casos en particular. Por un lado, gente capaz de analizar información cuantitativa con cuidado, que conozca las trampas de la inferencia. Es el tipo de aprendizaje que uno consigue haciendo carrera académica. El otro perfil escaso son los desarrolladores de ‘front-end’, especialistas en hacer visualizaciones programadas y para web. Es escaso porque no es fácil y está muy demandado. 

¿Qué trabajo de periodismo de datos destacas especialmente?
Podría citar montones. A mi me gusta casi todo lo que hacen dos medios norteamericanos: FiveThirtyEight, de ABCNews y la sección de datos de New York Times, The Upshot. De este segundo medio me gusta también cómo han integrado gente de datos en la sección de opinión.

¿Y qué trabajo y datos echas todavía de menos?
Datos que echo de menos se me ocurren decenas. Como es inevitable. Pero hay una carestía que me parece trascendental ahora mismo: la información sobre el coronavirus a nivel nacional sigue siendo deficiente y demasiado escasa.

¿Qué retos crees que le depara el futuro al open data?
Creo que habrá cada vez más datos abiertos. De forma más sencilla, más accesibles y más profundos. Y que encontraremos usos virtuosos para toda esa información sobre nosotros que va quedando registrada por empresas y administraciones. Pero hay un reto fundamental: los límites. 

Tenemos que decidir cuánta información queremos que tengan las empresas. Poner barreras ahí donde queramos. Pero también hay un equilibrio que hacer con gobiernos y administraciones. Deben tener también límites sobre qué información recogen y qué hacen con ellas. Pero sin caer en un extremo completamente protector: hay información pública —sobre impuestos, sobre hábitos, sobre desplazamiento y mil otros asuntos— que los gobiernos pueden usar para hacer mejor la vida de la gente. Lo que necesitamos es balancear peligros y beneficios.

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